lunes, 9 de mayo de 2011

Hasta siempre, Wouter

Wouter Weylandt era un héroe. Uno de tantos. Otro más, como sus 206 compañeros que le acompañaban en este Giro de Italia. Otro más de esos a los que la gente tilda a bocajarro de tramposos día sí y día también sin saber ni remotamente lo que significa montarse en una bicicleta y competir.

Wouter Weylandt ha muerto descendiendo un puerto de tercera, a una velocidad digamos que normal. Su pedal ha tropezado con un guardarraíl y su cabeza, aun protegida por casco, ha ido a parar a un muro que a Wouter le ha segado la vida y a esta carrera el alma. Se ha jugado la vida, como todos, en un puerto de tercera en el tercer día de competición. Imaginen lo que hay en juego descendiendo puertos de primera categoría, de categoría especial, en carreteras empapadas, heladas, agrietadas, impracticables. Al servicio del espectáculo, claro.

Al servicio del espectáculo se juegan el cuello miles de ciclistas todos los días. Unos, pocos, por algunos millones de euros. Otros, gran mayoría, por comer y sacar un sueldo digno, con suerte. Poderoso caballero es don dinero. El ciclismo, salvo excepciones, no es rentable. Salvo tres semanas al año, estos héroes que hoy todos reconocemos están relegados al ostracismo casi absoluto para los medios de comunicación. A no ser que uno se mate, en cuyo caso las portadas de todos los periódicos aparecerán repletas de un pobre hombre desangrándose, muriendo, al lado de una imagen de Sahin y encima de la última patochada de Del Nido, Valdés, Mourinho o de la madre que los parió. Y aquí no pasa nada.

Los compañeros de Eurosport, en un ejemplar alarde de profesionalidad y ética, han decidido no difundir ni publicar las imágenes de Weylandt agonizando en el asfalto. Habrá quien les critique, de todo tiene que haber.

Mañana, parece ser que los ciclistas neutralizarán la etapa y no la competirán. No tienen fuerzas, no pueden tenerlas. Lo mismo que le ha pasado a Wouter pudo pasarle a cualquiera de los cientos que rodaban a un centímetro de él. Pasado correrán, es su trabajo, pero mucha otra gente ya no se acordará. Mientras tanto, su viuda dará a luz al hijo al que Wouter no pudo ver. Le explicara que su padre fue un héroe al servicio de nuestro refinado paladar. Le dirá que su padre murió a cambio de un par de siestas. A la mayoría se le olvidarán las heroicidades al cabo del mes, a su familia y compañeros estoy seguro que no. A mi tampoco.

Hasta siempre, Wouter.


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