Parece ser que de momento el Real Madrid de Mourinho necesita para perder una alineación de astros demasiado grande. Jugando bien, jugando peor, el equipo muestra una entereza y ambición que valen su peso en oro y elevan al máximo la competitividad de un equipo que en años pasados había comenzado a perderla.
El Real Madrid jugó ayer en Milán un partido fabuloso. La primera mitad fue una auténtica exhibición de velocidad, dominio del juego, verticalidad, orden...y falta de puntería. El 0-1 llegó al borde del descanso de la mano de Higuaín a pase de un sensacional Di María. El propio argentino tuvo ocasiones de sobra para haber sentenciado el partido mucho antes, y también Cristiano Ronaldo, algo más apagado que en partidos anteriores. El Milán andaba perdido y boquiabierto ante los blancos y sus recursos se limitaban al juego excesivamente duro, que no era castigado por un lamentable Howard Webb que parecía estar imbuido por el espíritu de Halloween y más bien parecía un zombie al que se le había olvidado eso de silbar.
Que el Milán llegase al descanso con once jugadores y Genaro Gattuso sin ninguna tarjeta amarilla es tan inexplicable como los milagros de Fátima. Cosas del fútbol.
En la segunda parte el Real Madrid siguió controlando el partido, aunque a ritmo más lento, menos profundo aunque agresivo a ráfagas. El partido tendía hacia el 0-2 y ocasiones tuvieron los blancos, pero la entrada de Inzaghi lo revolucionó todo. Marrullero como ninguno, provocador, antideportivo (a los dos minutos de saltar al campo propinó un empujón a Xabi Alonso sin balón delante de Howard Webb que el colegiado no sancionó)...y oportunista. En el único error hasta el momento del Madrid en el partido, a pachas entre Pepe, que resbaló, y Casillas, que salió a medias, ahí apareció Inzaghi para rebañarla y anotar un gol que bien podría firmar el mayor de los chupagoles de patio de colegio.
El Madrid se vió sorprendido, anonadado por la manera en la que había encajado el gol. Y lo estaría aún más cuando diez minutos más tarde el linier no sancionase un clamoroso fuera de juego, de nuevo de Inzaghi, que permitió al italiano poner el 2-1 y dar vuelta a un partido en el que ni los propios milanistas se creían el ir por delante en el luminoso. Ya por entonces, tras seis durísimas faltas en todo el partido, Webb había despertado del letargo y enseñado a Gattuso su primera amarilla del encuentro. Acto seguido fue cambiado.
Ahora el Madrid parecía estar impotente, rabioso por como un partido que había sido, y de hecho era, suyo de principio a fin, se le estaba escapando gracias al infortunio y al mal hacer de un árbitro que ya tras la final del mundial se había ganado la etiqueta de sospechoso. Pero nada más lejos de la realidad. Como en "Perdidos", Mourinho siempre tiene un plan y ahí aparecieron Karim Benzema y Pedro León, los forajidos, los sentenciados, para fabricarse entre ellos el gol del empate en el minuto 93. Un gol que el madridismo celebró como si el de la décima se tratase, con rabia, furia y ánimo de venganza de la más insana.
Queramos o no, marcarle un gol en el minuto 93 a un equipo italiano, que ha sobrevivido en el partido a base de patadas, con tres jugadores que no deberían haber acabado el partido, que te ha remontado el partido con un gol con el culo y otro en fuera de juego y que desde ello se ha dedicado obscenamente a tratar de que no se jugase ni un sólo minuto del partido, gusta. Gusta ver a un jugador tan censurable como Gattuso poner la cara que a muchos se nos queda cuando vemos sus quehaceres sobre el terreno de juego. El que a hierro mata...
El Real Madrid tiene que extraer de este partido muchas conclusiones positivas: el juego va irremisiblemente hacia arriba, la motivación de todos y cada uno de los jugadores es enorme, la ambición grande, el aúrea de equipo candidato a todo es cada vez más sólida y parece que ni por lo civil ni por lo criminal el equipo de Mou puede perder un encuentro. El resultado, hoy, es lo de menos, las sensaciones serán las que perdurarán.
Confeti para Benzema.
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